miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sombras, recuerdos de llanto...

***Escribí esta pequeña historia para participar en un concurso en una página web. Espero que les guste... El tema del concurso era... Si yo te pedí que te fueras, por qué me dueles tanto?


Cuando me casé todo el mundo tenía la ilusión de que llevaría una vida maravillosa, la vida que siempre merecí.  Fui criada con valores bien arraigados, primando siempre el trabajo y la superación personal como fuente de alegría vital. Aprendí siempre a valerme por mí misa, y juré nunca ser víctima de ningún tipo de abuso. Nunca pude comprender cómo había mujeres que dejaban a sus maridos hacer de ellas lo que les diera la gana. En mi mente no hubo nunca un deseo real de formar una familia y tener hijos. Siempre pensé en viajar, hacer una carrera y ser una mujer fuerte e independiente. No necesitaría a un hombre para ser feliz. Si en algún momento quería tener hijos, sería cuando haya completado todas mis metas y sueños. Y para eso tampoco necesitaría a un hombre. Por lo menos eso pensaba.
Mientras fui creciendo, creció también una necesidad infinita de afecto. No sé a qué se debe exactamente, pero sospecho que tuvo algo que ver la relación que llevaba con mi padre. Tuve novios a montón pero, nunca abandoné mi teoría de no querer casarme. Aparentemente la vida no quería ese destino para mí, o tal vez, yo desobedecí el orden natural de la misma. Para hacer la historia corta, sí tuve dos hijos, y sí, me casé. Casada con bombos y platillos, con fiesta y ceremonia comenzaba a vivir la vida, supuestamente independiente, que había soñado. Mis planes de viajar habían quedado a un lado pero, ahora podría hacer lo que yo quisiera, habiendo abandonado el yugo de mis padres.  ¡Qué equivocada estaba! Pocas fueron las veces en que hice mi voluntad en mi casa y siempre eso fue motivo de peleas interminables. Había pasado de una prisión a otra.
Cuando por fin pude liberarme de este encierro, existencial y físico, comenzó en mí una nueva mezcla de emociones. Ese hombre, que me había robado mi vida, de cierta forma, había dañado en mí varias cualidades que antes, poseía en proporciones monumentales. La habilidad de creer, de confiar y de amar, se me habían arrebatado. A mí me parecía un robo a mano armada. Haciendo un esfuerzo por recopilar los momentos buenos que hubo, cada recuerdo se ve empañado por una mala acción de su parte.
El día que nos casamos. El día que toda niña sueña con vestir de blanco y llevar mil flores en el cabello. Con un velo blanco me acercaba al altar pensando, que ese hombre haría de mí la mujer más feliz del mundo. Dejaba atrás todos mis sueños para darme por completo a esta persona. Ese día empañado por el recuerdo de una pelea entre borrachos, gritos, insultos. Sin respetar el hecho de que yo, llevaba en el vientre al fruto de nuestro amor y entrega. Así recibí un grito, no disimulado, entre una multitud de meseros y miembros del staff de servicio de la boda; gracias a no poder moverme lo suficientemente rápido y llevarle su comida a mi flamante querido esposo. Luego, la noche de bodas. Una habitación perfectamente arreglada y perfumada. El recuerdo de las sábanas de seda, la bañera con burbujas y sales de baño; pasó a segundo lugar por la imagen de un hombre completamente borracho, vomitado, sucio, queriendo ensuciar el lecho matrimonial teniendo sexo salvajemente abusivo con una mujer exhausta de atender invitados y de cargar un bebé dentro.
El nacimiento de nuestro primer hijo. La experiencia más hermosa y esperada por cualquier pareja de recién casados. Ver a mi bebé por primera vez fue el momento más conmovedor de mi vida. Ver su cara y ojos cerrados, cuando todavía estaba en la mesa de operaciones, hizo un calor indescriptible, correr por mi pecho y llegar hasta mis ojos, dejando soltar algunas lágrimas de alegría. Haber aguantado tanto para poder verlo por fin, había valido la pena. Y el cansancio y esfuerzo del embarazo, todas las ilusiones, se habían vuelto a desplazar por un acto de irresponsabilidad. Adolorida como estaba, tuve que pasar el segundo día en la clínica, prácticamente sola. Sin ayuda, sin poder cargar a mi bebé fácilmente. Mi mamá se había quedado la noche anterior conmigo y el que debía tomar la posta era mi queridísimo esposo. Llegó pasado el medio día con el tufo a alcohol más impregnado que nunca. Lo recuerdo tanto, ese olor a cenicero, whiskey y perfume para tratar de disimular. Y como si no hubiera pasado nada, aparece en la habitación, cual gran señor a comerse mi almuerzo.
El comienzo de nuestra vida como una familia. La prueba de fuego. Solo tengo flashes de momentos que, preferiría no revivirlos en mi mente nunca más. Un golpe en el estómago, cual peleando con un hombre igual a él. Mi mamá tratando de quitarle a mi bebé para que me deje ir. Mi suegra, con su gran humanidad, abalanzándose sobre él para que deje de golpearme. Ventanas, platos, vasos, rotos. Llantos en silencio antes de dormir. Mi nombre pisoteado por él una y mil veces, y en frente de quién estuviera presente. Desesperación, soberbia, orgullo, rabia, impotencia, pero nunca miedo. Si al final algo pasaba conmigo sería un alivio para mí. Pero por mi hijo no podía dejar que me pase nada. La fuerza se posaba en mí cada vez que él trataba de golpearme. Me defendía de la manera que pudiera. Y muchas veces cubría con mi cuerpo a mi hijo para que no reciba también algún vestigio inesperado de su furia.
Y así fui volviéndome más fuerte. Hasta que un día no fui más la víctima. Tomé la sartén por el mango y fui dueña, nuevamente de mi propio destino. Traté de salir clandestinamente de ahí pero, mi huída fue frustrada por mis suegros. Inventé una locación de dónde iba a estar para que no pudieran seguirme. Y así, un día viernes, salí de ahí y no volví a mirar atrás. Muchas veces juró haber cambiado y hasta lo demostró por ratos pero, ya no había nada que nos uniera. Cada quién siguió su camino, aunque él siempre trató de que volviera. Pasaron días, meses y años, y al fin volví a ser yo. Volví a arreglarme, volví a pintar y a reírme a carcajadas, para variar.
Hasta aquel día. Ese día en que vi su foto con su nueva novia. Una muchachilla que no me llegaba ni a los talones. Entre mí pensé que gracias a Dios había encontrado a alguien que lo aleje completamente de mí. Pero no pude evitar desearle que sufra de la manera en que yo lo hice. Que haga sufrir a esa tipa y que esté destinado a estar solo. Me duele. Definitivamente me duele. Pero no porque lo extrañe, sino por el hecho de no poder perdonarlo. El rencor escondido entre el agradecimiento me confundía un poco. Me sentí traicionada. Ella se iba a acostar en mi cama, iba a comer en mis platos, beber en mis copas, iba a gozar de mi casa como fue arreglada por mí. Me duele porque en ese momento fui un ser egoísta y les deseé a los dos la peor de las suertes. Porque me convertí en ese ser que deseaba a alguien la peor de las suertes. Todo gracias a él. A su egoísmo, ego, machismo y prepotencia. De haber sido siempre una mujer buena, me sentía sucia por tener ese tipo de pensamientos. Pero, aunque sonara inhumano, deseaba para ellos lo peor. Porque yo sí estaba esclava de mis hijos mientras él se paseaba por la ciudad entera con su juguete nuevo, despilfarrando dinero que no era de él.
Ahora, después de tanto tiempo, al verlo todavía me duele. Pero me duele porque me hizo la mujer que juré no ser nunca. Porque me desvalorizó hasta tenerme en el piso revolcándome en mi impotencia. Porque me costó un hijo tratar de salvar un matrimonio sin amor. Pero más que nada me duele por no poder hacer nada con éste rencor que llevo dentro. No poder saciar mis ganas casi religiosas de golpearlo y de rezar para que algo malo le pase. Por querer, de manera urgente, poder verlo sufriendo. Por hacerme amar la idea de querer verlo muerto. Por eso me duele. Porque después de haberlo querido tanto, haya hecho que en mi corazón, ahora sólo exista el odio.

2 comentarios:

  1. todo se paga aki tarde o temprano y es verdad tu eres la esclava de tu shijos pero el dia de manana lo que sea que ellos sean sera gracias a ti y al apoyo de tus padres creo mucho en Dios y mientras mas sufres aki mas rapido gozaras de ese maravilloso paraiso del todos hablamos pide a Dios q t ayude a no odiar a nadie un dia no muy lejano encontraras la felicidad porq todos la merecemos

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  2. estuve en una relacion de 6 anios, de los cuales 4 fueron hermosos y los ultimos 2 completamente desastrozos, los peores anios de mi vida a lado de un ezquizofrenico que le valio mierda q casi me muero x un aborto espontaneo entre otras cosas... creeme esa relacion me dejo serias secuelas y ahora me cuesta tanto confiar de nuevo en alguien

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