viernes, 26 de noviembre de 2010

Sin nombre...



Quise buscar un nombre apropiado para esta entrada pero, lamentablemente no se me ocurrió ninguno. Ayer fue el día para eliminar la violencia contra la mujer. Tenía planeado escribir algo que se vio desplazado, por un momento, por el cansancio que me mando a dormir más que temprano.
Vivimos en una sociedad tan retrógrada que literalmente da asco. Lo siento si soy un poco cruda al escribir este post pero, este es un tema que causa gran impacto en mi; me imagino que por la foto del comienzo ya se habrán dado cuenta.
Hay tanto que tengo que decir que realmente no encuentro por dónde comenzar. Tuve mucho dolor en mi vida durante bastante tiempo. Tres años fui víctima de muchos abusos. Vivía entre peleas interminables, insultos y, uno que otro golpe. Y acepté todo eso por mi hijo. Ahora miro para atrás y odio lo que fue mi vida en ese entonces. Odio haber dejado a mis hijos expuestos a ese tipo de situaciones. Odio el daño que les causé por dejarme maltratar de esa manera. Hay tantas cosas que recuerdo como si fuera ayer.
La primera pelea que tuve con mi ex esposo está grabada en mi mente como si hubiera sido hace poco. Yo estaba embarazada y mi hijo mayor estaba enfermo. Lo habíamos llevado al médico la noche anterior con mis padres y nos había dicho que era alérgico a casi todo. Sería casi una sentencia de muerte que alguien fume dentro de la casa. Desgraciadamente esa mañana, ese ser y yo estuvimos peleando, y él para hacerme enojar sacó un cigarrillo para fumar en nuestro dormitorio, dónde mi gordo enfermo y yo (embarazada), también estábamos viendo televisión. Lo único que se me ocurrió hacer en ese momento fue arrancarle el cigarrillo de la boca y romperlo. Tal vez no fue la mejor reacción pero, no pude contener la rabia que sentí en ese momento al ver que irrespetaba de esa manera la salud de mi hijo, sin mencionar la de su hijo que aún no había nacido. Y, sin duda alguna, mi reacción no merecía lo que pasó después de eso. Dicen que una madre, en un momento de desesperación, puede llegar a poseer cuatro veces su fuerza normal, para defender a sus hijos. No sé de dónde saqué fuerzas para defenderme, porque en ese momento, histérico porque rompí su cigarrillo, él se abalanzó sobre mí y comenzó a ahorcarme. Sé que todo esto parece mentira pero, lamentablemente, fue algo que pasó en la vida real. Con todas mis fuerzas lo empujé y cayó sobre una pequeña escalera que teníamos en el cuarto. Se rompió la cama, se quebró un vaso. Él comenzó a golpear las paredes y las puertas. Trató de golpearme a mí.
Recuerdo que mi hijo estaba ensimismado sentado en la cama, viendo televisión, como que si no hubiera nada a su alrededor. Tenía sólo tres años. Cuando él salió del cuarto, pude coger mi celular y encerrarme en el baño para llamar a mi papá y que me recogiera. Mi padre salió corriendo del trabajo y cuando llegó a mi casa encontró todo desbaratado. Y a mi gordo viendo televisión como que nada hubiera pasado. Me fui con mi papá y en el camino recordé un presagio que me había hecho cuando dije que me iba a casar. Esa noche me dijo: “Cuánto apostamos a que no pasa ni un mes de que te vas a vivir con él y te pega”.
Y eso fue poco. La primera pelea siempre es la más suave. Después de eso todo va en declive. Tengo todavía grabada su voz diciéndome al oído en una pelea, cuando ya estaba de casi ocho meses: “Vamos para que abortes. Si quieres ahorita mismo te llevo para hacerte sacar esa cosa.” Muchas veces me eché la culpa de todo. Cuando comencé mis tratamientos y a medicarme me di cuenta que el problema no era yo. Tratamos de sacar adelante el matrimonio durante tres años. Vivimos con mis padres, vivimos solos, vivimos con los padres de él y al final vivimos en un departamento que nos construyeron mis suegros en la casa de ellos. Al principio, él no trabajaba, por lo que pensamos que, tal vez eso era lo que lo ponía de mal humor. Luego empezó a trabajar y los problemas siguieron llegando. Al final del matrimonio no quedaba nada de respeto, nada de amor, nada por qué luchar.
Muchas veces nos separamos y todas volvía con él. Después de haber sido madre soltera con mi primer hijo, no quería que el segundo pase la misma suerte pero, tampoco quería seguir exponiendo a mi hijo mayor a tanto sufrimiento. Así que cometí la mayor estupidez que pude haber cometido y fue dejar a mi bebé viviendo con mis padres. Y me fui. Con amenazas o con trucos, falsas promesas de que había cambiado, siempre me recuperaba pero, al final todo volvía a ser como antes. Las peleas cada vez se hacían más fuertes. Ya no le tenía miedo, los golpes ya no dolían. El odio, la rabia, los amortiguaban. Mi suegra muchas veces trató de meterse pero, recibió golpes también. Era mi hijo menor ahora el que presenciaba los rines de boxeo que se armaban en la casa. Incluso hubo alguna ocasión en que él trató de pegarle a nuestro hijo que, ahora tiene dos años.
Hasta que un día dije, NO MAS. Sé que suena como un cliché pero es verdad. Lo único que necesitaba era un empujoncito y supe exactamente dónde encontrarlo. Luego de una pelea monumental, ese ser, como era costumbre se fue a chupar al cumpleaños de un amigo, dejándome a mi encerrada con nuestro hijo, en la casa. Se llevó mi celular y se llevó mis llaves. Si hubiera habido alguna emergencia, hubiera tenido que salir por la ventana. Llegó casi a las cinco de la mañana. Aproveché que estaba dormido, cogí a mi bebé, empaqué lo que pude y pedí un taxi. Mis suegros salieron a ver qué pasaba, por qué me iba. Y lo único que pude hacer fue mentir para que no trataran de retenerme.
Lo que más odié de esos tres años de mi vida es que me convertí en la mujer que tanto detesté mientras crecía. Esa mujer sumisa que hacía todo lo que el marido le ordenara. Esa mujer sin carrera, sin sueños, sin aspiraciones. Nunca lo vi desde el lado de la persona que es abusada. Lo que uno hace por amor; por amor a los hijos, para que estén bien y felices. Eso era lo que yo pensaba al aguantar tanto. Y es ahora que me doy cuenta que estaba tan equivocada. A veces me odio a mí misma al recordar todo lo que pasaron mis hijos. Me odio al pensar que dejé a mi bebé, que estuvo dentro de mí nueve meses, a quien cuidé como un tesoro, de quién no me despegué ni un segundo durante su primer año, por un remedo de hombre que no valió ni la mugre que tiene entre las uñas. Me odio al ver a mi hijo menor con arrebatos de ira y rabietas porque, es lo único que ve de su padre desde que nació.
Pero más que nada me odio por haberme dejado humillar de esa manera. Porque dejé de ser yo. Recuerdo que mis amigas me preguntaban cómo era posible que yo, teniendo el carácter que había tenido siempre, me haya dejado mangonear de la manera en que lo hice. Nunca podré perdonarme el daño que les hice a mis pequeños y, lamentablemente, todo lo estoy pagando de una manera u otra.
Nunca voy a poder borrar estos recuerdos de mi mente. Nunca podré cambiar mi pasado. Pero puedo, tal vez, impedir que les pase lo mismo a otras. Puedo tratar de abrirle los ojos a esta sociedad machista y troglodita. Démonos cuenta que nosotras las mujeres, somos el regalo más valioso que pudo darles, la vida, a los hombres. No nos dejemos basurear por nadie. Ninguno tiene el derecho de hacernos sentir menos de lo que somos. Depende de nosotras crear una nueva sociedad donde nuestros hijos puedan vivir sin violencia. Cualquier tipo de conducta que no nos alimente para ser mejores seres humanos, contribuye al maltrato. Desde una mirada hasta un golpe, un insulto, una grosería. No debemos ser menospreciadas por nadie porque, NADIE está por encima de nosotras. No cometan el mismo error que yo, de pensar que los hijos están mejor con la familia unida porque, los niños merecen un hogar sano y feliz para vivir, no un campo de batalla. Por experiencia les puedo asegurar que, el arrepentimiento más grande que una madre puede sentir, es haberle hecho daño a sus hijos de manera directa o indirecta.
Y hombres, recuerden que, en algún momento pueden tener hijas; recuerden a sus madres y hermanas, no creo que quisieran que alguien las trate de esta manera. Tratar mal a una mujer no los hace más machos al contrario, los hace tremendos maricones.
Piénsenlo…

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